Teorías de Percepción y mi tía Concha.
Existe, por lo visto, la teoría científica que sostiene que si uno ve “algo” por primera vez y ese “algo” no se parece en nada en absoluto a otra cosa que haya podido ver antes… ocurre que ese “algo” queda sin registrar por el cerebro. Es invisible, como si no existiera.
“¡Qué cosas!” Me digo a mí mismo… me intriga la clase de experimentos que habrán tenido que diseñar para probar esa teoría y el criterio para elegir a las personas. Yo hubiera sido un buen sujeto de experimento porque, al parecer según opinión extendida, no me entero de casi nada, y a lo mejor es por eso. Vivir en Babia no sale gratis.
Pensando y pensando, he caído en cuenta de una cosa que me ocurrió hace años, muchos años, siendo niño – la mayoría de las cosas interesantes me ocurrieron de niño…pero eso es otro cantar – Es un suceso que siempre me ha llamado la atención, pero nunca lo he considerado a esta luz y así parece encajar.
De pequeñajo casi todos los fines de semana, mis padres me dejaban con mi tía Conchita y ellos se iban a hacer su vida. Normalmente me llevaban hasta su casa o era mi tía quien venía a por mí. Me encantaba el plan porque… porque sencíllamente mi tía sí que sabía qué hacer conmigo… y si no, se lo inventaba.
Se inventaba juegos, me contaba historias y me dejaba a mi aire cuando me ponía a dibujar. Sobre todo, siempre, siempre, sonreía. Mi tía disfrutaba de mi compañía tanto o más que yo de la de ella; y no sólo de la mía: ella adoraba a todos y cada uno de los miembros de nuestra desperdigada familia y para todos tenía siempre la misma permanente sonrisa satisfecha.
Pero aquel día no la reconocí. Para hacer la entrega de mi persona no habían quedado mis padres ni en nuestra casa ni en la de mi tía, sino en una boca de metro. Llegamos antes y yo aguardaba impaciente el momento de ver aparecer a mi tía subiendo las escaleras, como así fué. Sólo que no la vi. Ella salió, me vio y sonrió y entonces sí apareció ante mí. Hasta que no sonrió no pude “verla”. Aquel rostro sin sonrisa era el de una desconocida cualquiera.
Una marquita en la pequeña alma de un niño, suele pasar desapercibida hasta para el propio niño – por eso me acerco a ellos con tanta precaución – pero la marca queda. Algunos años después recordé esta pequeña anécdota que ya no he podido olvidar y el recuerdo de mi tía va siempre cosido a ella.
Me fui haciendo mayor. Hasta bastante crecidito seguí yendo los fines de semana a casa de mi tía. Pero cada vez menos. A medida que entraba en la adolescencia, mi núcleo familiar se desdibujada.
Creo que fui el último de la familia en alejarse de mi tía. Todos teníamos nuestra vida sin reparar en que para ella, la vida éramos nosotros. Sus hermanos se hacían viejos, demandantes y egoístas; los sobrinos crecíamos y nos alejábamos. Creo que al quedarse sola se murió. Nos dejó a todos con un palmo de narices.
Quizás su cerebro no pudo comprender las novedades.
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