Método para pintar barbas (o lo que sea).
Dibujar es fácil. Esto es lo que repito a menudo en mis clases para desesperación de algunos de mis alumnos. Me miran con cierta intensidad y temo que antes o después, acabaré con un pincel en la nuca.
A veces alguno me espeta que para mí es fácil porque ya sé dibujar y comprendo que algo de razón sí que llevan. Dibujar es como andar. Una vez que le has cogido el trantrán resulta facilísimo; pero hay que ver la de toñas que uno se ha de pegar hasta que aprende.
Hay muchos, muchos procesos de aprendizaje semejantes. Conducir, esquiar, nadar, bailar, montar en bici…pensar… Es necesario poner la mente en sincronía con la actividad y el cuerpo hace el resto. Una vez que lo has conseguido sale solo, sin esfuerzo. Con la práctica se adquiere fluidez y la acción se integra de forma automática. Incluso puedes hacer otras cosas a la vez. Caminar y silbar, por ejemplo … o dibujar y hablar.
Dibujar es algo “orgánico”. La capacidad para dibujar está dentro de nosotros – de todos- Nada tiene que ver con ser más o menos “artista”. Eso es otra cosa. Eso es lo que uno puede llegar a transmitir con sus dibujos. Algunas personas le dan tanto mérito a la facultad de dibujar bien, que lo confunden con el arte. Hay dibujos muy bien hechos que están tan muertos y aburridos como un animal disecado.
En resumen: dibujar es fácil pero ¿cómo se llega a dibujar “bien”?
No hay un parámetro claro para dilucidar qué es “bien”. Cuando tienes un añito, “bien” es diferente a cuando tienes tres, siete, catorce o ya eres adulto. Cuando eres adulto, “bien” significa algo distinto si eres africano, oriental o centroeuropeo…y “bien” significa distinto ahora que en la edad media y, seguramente , en un futuro que ya está aquí.
Supongo que “bien”, para cualquier caso, siempre significa que te salga algo parecido a lo que tenías en mente. Que la mano te obedezca. Este es el quid. ¡Resulta que la mano no obedece! Uno mira lo que quiere, coge el lápiz correctamente y cuando llega al papel sale algo ridículo de la mina. ¿Qué pasó?
Según estudios realizados en la década de los años 60 y 70 del siglo pasado … ( ahora sería el momento perfecto para introducir bibliografía…pero mejor no ), el cerebro está dividido en dos hemisferios , derecho e izquierdo, que alojan áreas diferenciadas de nuestro “ser”. El izquierdo es “racional” y el derecho “emocional”. Todos conocemos este dato, ¿verdad?. El área del lenguaje está en el izquierdo. La percepción de los sentidos y el sentido del movimiento en el espacio, está en el derecho.
Lo que escribo a continuación es cosecha propia. No os podría dar bibliografía aunque quisiera porque no sé si existe. Es una teoría que aventuro de sumar dos y dos con la cuenta de la vieja y de años de observación, dando clases a niños y adultos.
La cuestión es como sigue: a todas las criaturitas se les enseña a pensar utilizando el lenguaje como herramienta y también como contenedor de conceptos. Aprender a decir mesa y a comprender lo que “mesa” significa. Pero como mesas hay muchísimas, de formas, tamaños y colores diferentes, en su cabecita – en el lado izquierdo , justamente- se forma un esquema universal de lo que es siempre una mesa: una forma regular, horizontal al suelo y con cuatro postes en las esquinas. ¿Verdad que coincidís?.
Lo mismo ocurre con “casa” “perro” “persona” “árbol” “montaña” “sol” y todos los objetos que hay en el mundo. Ese acuerdo permite que nos entendamos bastante bien entre personas. Incluso de distinta cultura. Es muy curioso que para un niño esquimal y también para una niña que viva en un rascacielos, la “casa” tenga para ambos, un frente cuadrado con tejado a dos aguas. El primer perro que tuvo “Yolopinto” fue un labrador. Se dio cuenta de que todos los niños que no tenían perro en casa, dibujaban un labrador cuando se les pedía que hicieran un perro. Esto era lo que le pasaba también a él. (Quiero que sepas , preciosa y buena “Duna”, que en mi cabecita sigue estando tu imagen como emblema de “perro” perfecto. Lo que pasa es que ahora estás en el lado derecho)
Bueno, al lío. Durante bastante tiempo, digamos que hasta los 8 o 9 años, podemos estar cómodos dibujando el mundo según como sabemos que es, gracias a las imágenes que tenemos en la cabeza. ¿Me entendéis?.
No dibujamos las cosas tal cual las vemos; sino tal cual aprendimos que son. Poned a una criatura delante de una montaña. Dadle una hoja y un lápiz y pedidle que la dibuje. Para vuestra sorpresa veréis que agacha la cabeza hasta casi tocar el papel – esto es para que nada interfiera con su campo de acción- y no la levanta hasta tener terminada la “montaña”; que será, con bastante probabilidad, un triángulo equilátero con nieve. No le digáis que aquello no son “las Machotas”, o el “Almanzor” o el “Naranco” ni “el Roque de los Muchachos”… porque no lo va a entender. Ya se dará cuenta en unos años… y entonces dejará de dibujar. Como casi todos.
Al hacernos mayores comprendemos que entre lo que nos sale al dibujar y lo que tenemos delante, hay una distancia gigantesca. Y no sabemos qué hacer para salvar esa distancia. La mano está como tonta. Del lápiz sólo salen triángulos nevados. Nosotros, adultos, ya sí que sabemos que hay que mirar al modelo…pero da igual. No somos capaces de representar la forma natural más elemental. Cuanto menos un escorzo o un rostro concreto. Entonces es cuando atribuimos cualidades extraordinarias y de estar tocado por la mano del genio al que sabe hacerlo. Se “nace” artista. Decimos. ¡Menuda tontería! Lo único que hay que hacer es conectar los cables de la manera correcta y el cacharro funcionará como nuevo.
Como siempre me extiendo en prolegómenos. Es por enmascarar la simpleza del meollo, que no es más que esta: dibujar es tan sólo comparar. Mientras uno dibuja ha de ir comparando los trazos que va dejando en el papel, con lo que ocurre en su modelo. Una linea en el papel tiene su correspondencia en otra linea en el modelo.
Los ojos nos informan. El pulso nos conduce. La mano nos sirve… y… ¡el pensamiento nos engaña!. No hay que fiarse de lo que “sabemos” sobre las barbas ni sobre ninguna otra cosa. Hay barbas con mil formas distintas; pero en nuestro pensamiento se conserva un esquema de barba que tratará de imponerse al sentido de la vista. Sólo los ojos (y puede que la memoria ) nos aseguran cómo es la barba precisa que tenemos delante. ¡Y no hay más!.
¡Ni menos! El resto es practicar, tantear y sentido del humor. No sale a la primera. A veces no sale ni a la última. Pero sale. Palabra de Yolopinto.
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