Acabo de dar un paseo por los alrededores.

Hoy es el primer a día del verano. De niño, en las eternas vacaciones me pasaba el día solo, dando vueltas por los dichosos alrededores. Lo detestaba, naturalmente. Pero la posible compañía era aún peor.

Los otros niños jugaban a mear más lejos, a quemar lagartijas o a soportar en los brazos los bocados de las hormigas. Por alguna razón yo no encajaba. Con las niñas tampoco. Las niñas alisaban el pelo de sus muñecas y les cambiaban de trajecito una y otra y otra vez. Les hablaban poniendo vocecita para quejarse de lo cansado que era llevar una casa.

La ventaja que estar con las niñas era estar a refugio del calor …. Pero no se podía abusar de su compañía o de todos lados te caerían murmuraciones de mariquita.

Eso era lo peor. Peor que estar muerto. Peor que los alrededores. Lo peor que te podía pasar de ir por ahí, solo, a no hacer nada, era que te tacharan de raro. Yo era raro de cojones. Raro de la mañana a la noche. Lo odiaba, naturalmente. Pero creía que podía engañar a la gente que me importaba así que me aguantaba. Al llegar a casa si me preguntaban qué tal, podía contestar ”por ahí, muy bien”. ¡Pobres padres míos! Sabrían todo, salvo qué hacer conmigo.

Los alrededores eran mi hogar y lo detestaba. Calor, polvo, soledad y aburrimiento. Pensaba que algún día, cuando fuera mayor, podría abandonarlos para siempre. Ahora resulta que los busco. Acabo de dar el largo paseo del día y aún estoy algo aturdido por tanta belleza.